15 de mayo de 2008

SILENCIOS QUE MATAN

Antes de empezar tu lectura de este pequeño guion, debes abrir tu mente y no captar el mensaje
oculto. Eso te servirá para comprender ciertas circunstancias profundas de la vida y no sólo guiarte por las apariencias



En la oscuridad sus pasos eran lentos, el silencio de la noche hacia estremecer el sonido de sus pisadas, el jadeante aliento se mezclaba con el sonido de las calles, mientras caminaba pensaba si por fin encontraría en su hueco el confort que dejó en medio de lagrimas y resondres uno de esos años cuando fue invadida por la locura.

Levantó la mirada y observó la misma casita, con las paredes rajadas, el techo descompuesto, la tenue luz de la entrada apenas alumbraba la puerta cerrada. Con miedo saco la llave de su bolsa, y muy despacio abrió la puerta, entró sigilosamente para no ser oída, las pequeñas lámparas de kerosene estaban apagadas. De pronto un gemido profundo rompió bruscamente el silencio. Ella hizo un gesto de espanto, aun cuando sabía de donde provenía. Caminó hacia la habitación por el mismo callejón de siempre, la luz que provenía del cuarto apenas iluminaba el espejo del callejón, volteó lentamente y observó la misma mujer de hace 4 años que dejó lujos y confort una noche oscura, entre suplicas y llantos. Era el mismo rostro pero con los ojos más tristes y cansados, arrugas prematuras surcaban su rostro. A sus 17 años, sabía que no había marcha atrás y debía continuar, así que regresó a su camino y paso a paso llegó a la habitación. Al entrar vio el mismo panorama que se repite día a día desde hace tres años: su esposo en la cama con una mujer diferente a todas las otras que había encontrado allí, hizo un gesto de asco y replicó: - Ya es hora de dormir, estoy cansada, pueden salir a la sala que está desocupada, ya me encargue de arreglar los muebles para que estén cómodos- . El hombre automáticamente con su amante en brazos, salió de la habitación.

Elena sin ánimos de limpiar la podredumbre de su habitación cayó exhausta en la cama, con la mirada perdida en el techo comenzó a recordar cuando era pequeña y vivía feliz en la mejor casa del barrio, sin embargo un 29 de febrero , cuando la locura del amor rondaba su vida, decidió marcharse con Julián, un chico que había conocido en el AAHH “Desaparecidos” mientras realizaba un trabajo de investigación para el colegio, su carácter sumiso e introvertido la había convertido en presa fácil para este delincuente que llenó su cabeza de mariposas y la convenció de dejarlo todo por su causa.

De pronto la realidad regresó bruscamente, el dolor que le había producido ser poseída por su marido, la había transportado a la habitación en la que conoció los peores maltratos y abusos que se le pueden hacer a una mujer. Aparentemente indiferente, ella permanece inmóvil mientras Julián satisface su hambre de animal.

Como todas la veces, Elena cierra los ojos e intenta recordar su niñez, sin embargo ésta vez el recuerdo es ese 29 de febrero del 2004: Cuando Elena tenía 13 años, por ser hija única, sus padres le brindaban las mejores cosas que podían dentro de sus posibilidades, eran una familia de clase media, su casa estaba en la mejor zona de Pacasmayo, no tenían gran posición económica, pero el amor nunca les falto. Un día, cuando todo parecía estar normal, una desgarradora súplica despertó al Sr. Rolando, padre de Elena, - No me quites el único tesoro que amo – suplicaba su madre, los llantos no sirvieron de nada y como un terremoto que sacude sus vidas, Elena salió de casa con maletas en mano, tan fría y frívola que le provocó lastima a su padre quien desde la puerta le gritó las peores maldiciones – Ojala jamás vuelvas, malagradecida – fue su frase final. Hoy estaba ahí, satisfaciendo los deseos de una bestia insaciable, que la aprovechaba cuando la mujer que antes utilizaba lo dejaba insatisfecho.

Los primeros rayos de luz entraban por la ventana directamente hacia la cara de Julián quien después de la borrachera de la noche anterior tenía un terrible dolor de cabeza - ¡Elena! , ¡Elena!, ¡ven para acá inútil! – gritaba sin cesar, presurosa ella con la mirada siempre al suelo entró hasta donde estaba él. – ¡Que esperas y no limpias esta asquerosidad!, ¡mugrienta!-, y sin decir una palabra Elena comenzó levantando la ropa interior de la mujer que encontró la noche anterior en su cama y con su marido.



Julián, se dispuso a cumplir con su rutina, su consumo de heroína lo convertía en una verdadera bestia insaciable y violenta.

Elena sabía que ese día por ser 29 de febrero del 2008 cambiaría para siempre su futuro, las marcas de su cuerpo y su alma serían sanadas con la muerte, esa sensación de paz llegaría por fin a su vida destruida.

Desde la habitación hasta la sala limpió, recogió jeringas, ropa mal oliente, colillas de cigarro, preservativos usados, botellas de cerveza y toda clase de basura. El piso de tierra estaba ya regado, las telarañas de las esquinas habían sido quitadas, los frijoles con yuca ya estaban listos para ser servidos. Eran aproximadamente las 10 de la mañana y el día parecía estar tranquilo. Todos los vecinos hacían las mismas cosas que hicieron ayer y antes de ayer; sólo Elena había cambiado su rutina.

Caminó dos cuadras por la extensa calle de arena y se detuvo frente a una casa que le traía muchos recuerdos, la casa de sus padres, silenciosa observaba detrás del árbol que un día sembró con su padre mientras recordaba una vez más su niñez, desde hacia 3 años no había vuelto a ver su antiguo hogar, el día que se marchó prometió jamás transitar esa calle a pesar de quedar a tan solo dos cuadras de su infierno. De repente una voz la transporto a su realidad – Elena, Elena, mi amor, ya está lista la comida – gritaba su madre desde la entrada de su casa, Elena sintió que una daga atravesaba su corazón y comenzó a correr con lágrimas en los ojos.
Risas traviesas se acercaban a la madre amorosa que llamaba con alegría a su hija, eran las de una pequeña de dos años que apenas podía caminar de la mano de su padre Rolando, después de un prolongado abrazo entraron a la casa, tan felices como si jamás hubiesen perdido nada.

Elena, ya sin lágrimas, buscó una inmensa soga que le serviría a cumplir su propósito. Con los ojos hinchados, los labios resecos, las manos temblorosas, repasaba uno a uno los pasos que seguiría para acabar con su infierno. Sigilosamente entró a la habitación esperando encontrar el mismo panorama, una bestia insaciable tomando su presa, sin embargo ésta vez fue diferente, en la cama no había nada.
Regresó por el callejón y se miró al espejo por última vez, permaneció inmóvil al ver una anciana prematura frente a ella, con los ojos perdidos y cicatrices en el rostro. Permaneció en el mismo lugar hasta entrada la noche, cuando Julián de una bofetada le recordó su fin. Ésta vez, ella respondió a los golpes con un escupitajo en el rostro de su verdugo y antes de que éste pueda responder, salió disparada con dirección a la sala, donde se había pasado la mañana entera arreglando cada detalle que le traería la tranquilidad. Una soga pendía de la viga que sostenía el techo de su casa, y una silla debajo de ella la invitaba a la muerte.

Julián en la oscuridad rompía todo lo que encontraba en su camino, pateaba y vociferaba – Maldita inútil, que te has creído, escóndete bien, porque cuando te encuentre vas a desear jamás haber nacido – sin saber que sería la última vez que lo haría. De pronto sintió que las manos frágiles de una mujer lo empujaban por la espalda, cuando caía al suelo una soga lo detuvo del cuello y lo levantó bruscamente hacia el techo quitándole toda posibilidad de respirar. Intentaba liberarse, pero su fuerza era inútil, más podía la ira de la joven que por tres años ultrajó física y psicológicamente.


Cuando su víctima dejó ya de respirar, Elena comenzó a desvestirlo, luego sacó una bolsa donde había guardado todas las jeringas, preservativos podridos, y un traje hecho con la ropa interior de diferentes mujeres que recogió por años en cada rincón de su casa; y sin pensarlo incrusto jeringa a jeringa en el cuerpo que colgaba, le hizo tragar al cadáver preservativo a preservativo y lo vistió con el traje que preparó para la ocasión.

Observó fríamente a Julián que tenía el rostro morado y el cuerpo lleno de llagas, con una expresión de espanto retrocedió desesperadamente, gritaba, lloraba y golpeaba el suelo con consternación mientras observaba el cuerpo de su verdugo a contraluz, la luz de que entraba por la ventana parecía darle vida. El silencio se apoderó de la casa, sólo el sonido del agua al caer acompañaba a Elena en su dolor, se desgarró la ropa y continuó retrocediendo hasta llegar a la esquina de la sala donde por primera vez conoció el dolor carnal. Y permaneció ahí hasta la media noche, cuando una de sus vecinas que pasaba miró por la ventana los dos cuerpos muertos en la penumbra. Uno colgado de la viga y el otro encogido en una esquina que en realidad no estaba muerto materialmente pero que por sus ojos perdidos en la nada y su pecho desgarrado lo aparentaba.